Palmira: más allá de la mirada

Palmira Correa


Escribir sobre Palmira es remontarse al pasado. Es rememorar aquellos tiempos donde la creadora, viviendo en su pequeña casa – taller ubicada en la parte alta del sector de Puerta Caracas, a las faldas de El Ávila, en La Pastora, Caracas, era poco conocida en el sector artístico – cultural o por el público en general del país.


La artista de aquellos momentos, dueña de un lenguaje plástico definido y poblada de un imaginario rico en personajes y temáticas, era portadora de un dominio del color sorprendente, brillante, saturado, contrastante; de un manejo de las figuras humanas voluptuosas, desproporcionadas y cándidas a la vez, y de un repertorio de signos y símbolos que enriquecen el sentido de sus composiciones. Aquella primera Palmira se nos revelaba sólida, segura plásticamente, pero huérfana, en medio de un sector donde el creador tiene que batallar arduamente para darse a conocer, para ser tomado en cuenta, valorado, identificado, ubicado y reconocido.


Niña con flores, 2005.
Acrílico sobre tela
60 x 25 cm
Colección de la artista

    Da formas a personajes cuyo rostro constituye el punto focal y de mayor atracción en sus composiciones. Rostros, caras, expresiones, ojos triangulares y tristes. Ojos llorosos como si hablaran de desvelos, añoranzas y recuerdos. Son los ojos de los personajes que habitan sus obras en las que materializa su rico mundo interior, sus recuerdos de una vida pasada en el oriente del país, las costumbres, tradiciones y paisajes; su admiración, respeto y valoración por los héroes y figuras de la patria; su inmensa fe por Cristo crucificado, vírgenes, santos y ángeles, a quienes pinta de variadísimas formas, situaciones y contextos; así como el entorno que la rodea: el paisaje, la naturaleza, la ciudad, el barrio, los pueblos de su imaginación; así como escenas cotidianas como juegos, fiestas, y celebraciones folklóricas. Su variada o repertorio temático incluye, además, el mundo del boxeo, quizás en homenaje al pasado boxístico de su hermano, o escenas de teatro y de bailarinas, refleja su deseo muy viejo e imposible: ser bailarina. La mujer representada en diferentes facetas, solitaria o acompañada, maternidades, matrimonios, familias, desnudas, en la cocina, vendedoras. En su producción hay un espacio para la auto representación, tal y como es ella, con sus botas negras, sus dos muletas, sus pinceles y su caballete.


Vírgen de Coromoto, 2005
Óleo sobre tela
60 x 50 cm
Colección de la artista


    Su trabajo continuó en lo sucesivo. De forma incesante se entregaba, día a día, a su razón de ser: pintar, pues para ella la pintura es más que un oficio, es un acto de fe, un milagro, una salida, un camino, es la forma de hablarnos, es su consolación, es estar, es existir, es ubicarse, es su alegría diaria, es su aliento. La artista que conocí y a la cual le dimos la mano en aquellos momentos, pronto no tardó en ser conocida y reconocida en salones y bienales de arte, así como en exposiciones colectivas e individuales realizadas en Caracas y en algunas ciudades del interior de nuestro país. No podía ser de otra manera, el esfuerzo, el creer en su trabajo, la fe y la constancia tienen siempre su recompensa. Hoy vemos a una artista dueña de un lenguaje propio, de una conciencia clara de la realidad sociocultural que la rodea, una creadora que pese a los obstáculos y carencias, sueña con un mundo mejor, colorido y armónico como el mundo que día a día revelan sus manos, sus pinceles y colores en cada lienzo.


Luis Miguel Rodríguez García

2005



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