Oscar Quintana: rebeldía de la intuición





 Por. Luis Laya

“… un Aleph es un punto del espacio donde están incluidos todos los puntos, un punto que los contiene a todos. Es el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del universo, vistos desde todos los ángulos”.

Jorge Luis Borges

La rebeldía es joya, un algo inasible. Ella le permite al arte volar como un ave y luego posarse en la rama que mejor le convenga, escapando a los parámetros y obligaciones. Esto se observa en los palafitos de Oscar Quintana, donde ese abrazo cálido de la forma, el color y la luz, supone un lugar en el ánimo, un hurgar en lo maravilloso de lo posible, sin más límites que la propuesta de la imaginación.


Al decir del propio artista, “ese goce (que sugieren) los palafitos (…) da una referencia de espacio de protección: (allí) te sientes seguro, te sientes feliz, (…) te hacen querer quedarte ahí (...) Se produce una sensación placentera casi nostálgica, una evocación de agrado”.


Quintana propone estructuras verticales, obeliscos que, sin proponérselo, capturan el absoluto. Asimismo, piezas encajadas que semejan péndulos, ornamentos, manuscritos de escritura encriptada y objetos chamánicos aún no encontrados ni clasificados que nos sitúan en una ritualidad: esgrimen una pregunta y a la vez un comentario para ser pronunciado fuera del tiempo conocido.


De hecho, estos palafitos -quizás templos- contienen un arcano, y generan una ruptura con la temporalidad occidental. Son a la vez antiguos y futuristas. Parecen decirnos, “no hay un antes ni un después”; no existe lo primitivo o lo progresivo. El secreto se sitúa en lo sagrado, en lo poético. Se dice a sí mismo; construye su discurso con total autonomía, más allá de la intervención del pensamiento humano y su correlato reflexivo, propiciando una “semiótica insurgente”.


Tocado por la obra de creadores como la estadounidense Louise Nevelson (anclado en similares búsquedas de lo mítico-legendario), y la vez conmovido por lo vivencial en su paso por el taller de Edison Parra, Quintana logra sin embargo sacudir la referencia para dejar que una cosmovisión propia encuentre su obra. Una cosmovisión no excavada desde lo exógeno para devenir arqueología expuesta. Tozuda y, por ende, liberada, su intuición artística nos enseña una identidad, en hallazgo lúdico. A través de ese conducto el artista quiere rescatar lo perdido, la esencia, esa vitalidad inexplicable y sin límites que posee el ser humano.


El arte es, diríase algo imposible de “aprender”; solo es posible “merecerlo”. De esa “marca”, más que nada de lo que podríamos llamar un “origen de libertad”, surge la posibilidad de jugar con la imaginación y hacer de ella una herramienta de apertura. Huir de las cárceles. Dentro de esta evasión, Quintana consigue la topofilia: ese sosiego parecido al amor y la plenitud emocional, a la completa satisfacción; el placer entrañable del lugar, del corazón y una razón de ser que nos cobija.


La bifrontalidad nos remite entonces a una ensoñación: la luz penetra por incisiones y vitrales, rebota, da paso a un nuevo espacio, contornea, propone una escala. “El vitral significa la posibilidad de remplazar esa línea que te provee la incisión para dar entrada a la luz, al color… (Propone una suerte de) túnel atmosférico con un enfoque de relajamiento, una aplicación que proviene de la arquitectura” pero no se somete a sus preceptos utilitarios.


Precisamente de esa efusión, una rebeldía cierta para evadirse de sus parámetros, irrumpe una arquitectura propia: la tridimensionalidad de Quintana. Los palafitos verticales han digerido la monumentalidad para ir más allá de las proporciones. Un ser humano minúsculo recorre en carrera sus vericuetos y mira mundos fantasmales que derivan del cuestionamiento a una realidad única. Entonces los signos y símbolos nos conducen al ritual. La sugerencia es clara: el hombre y la mujer han estado y estarán allí; al igual los pájaros, la selva, los jaguares y el desierto.


En este, su particular abstraccionismo, Quintana tiende un camino para recorrer. Unodonde fuerzas opresivas han sido abolidas. Los dioses nos acogen y dibujan señalesmísticas que, con ayuda de materiales nobles -ya trabajados con pigmentos y talladuras, y apuntalados por rasgos “conseguidos” en la naturaleza-, se plantan cual insectos colosales, sobre patas de metal, entregando una organicidad y belleza indescriptibles.


Códices misteriosos buscan lo elevado. De la total libertad para proponer lo mixto, a través de materiales y múltiples percepciones que “inventan la luz”, nos arroban estos palafitos y obeliscos siempre en proceso de construcción. En sus espacios, que se ocupan para calmar la sed, vitrales semejan ventanas que nos convocan a buscar a aquel hombre minúsculo. Un ser que observa, guiña, y sigue su curso perpetuo por la vida. 

El río de su continua transformación, aludiendo a Heráclito, lo expande entonces.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario