CAOBAS DEL PARAISO DE LA POÉTICA DE LOS OFICIOS



    Todo lo que pudiéramos decir acerca de los oficios artísticos, son apreciaciones que se debilitan frente a las obras. Ante la escultura, la talla en madera; además del volumen, percibimos la preeminencia de la masa, y en el silencio de la materia, el sonido del taller. El golpeteo reiterativo del maso sobre los instrumentos de tallar, el rumor de las virutas de la madera que van cayendo, sonidos que orquestados son el pulso y el ritmo de ese oficio milenario, el arte de tallar la madera. Además de la piedra y ciertos cristales, que son caprichos volumétricos del cosmos; la naturaleza en su diversidad infinita es la proveedora de modelos y comportamientos formales para la creación. Dentro de ese catálogo inagotable, aparecen los tallos de los árboles como ejemplaridad extraordinaria del diálogo y la expresión de la vegetación en su relación en la biosfera. Los tallos, ese tronco que relata de alguna manera la vida y crecimiento de cada árbol, pudiera ser, en su estado original, escultura potencial. Nos referimos a la noción Aristotélica de forma como esa condición que determina el ser de las cosas y a la materia como en estado de preñez. Así entendido, el tronco del árbol se nos presenta como materia o naturaleza preñada que demanda el acto de creación, alumbramiento o nacimiento de la forma.

 

    Este relato puede ser el preámbulo necesario a cualquier aproximación a la obra escultórica de Manuel Pappaterra. De todo lo que nos dice Manuel, tomamos esta primera afirmación a manera de enlace con la orientación de nuestro texto: “Oír y obedecer a la madera dejando de ser árbol”. En la muy especial relación que se va articulando entre el sueño o proyecto del artista, los materiales y la técnica o medio de realización, se constituye un entramado en el que lo ético, lo estético, la memoria personal, familiar y social, el conocimiento y la intuición, el azar y el cuerpo del artista se hacen lenguaje, discurso plástico, y le dan sentido a la propia vida del creador. A su manera, Manuel Pappaterra, magnífico escultor venezolano (Trujillo, estado Trujillo. 1951), ha cumplido un proceso en el que la formación como arquitecto (ITESO-UNAM. México 1970-1974), su actividad como docente, arquitecto, actor, escenógrafo e iluminador, además de la vida que va entramando y depurando el destino, fue derivando hacia lo que, desde el principio, de manera silenciosa se iba definiendo: ser escultor, ese oficio que tiene algo de partero de la creación.

 

    Si, como lo afirma Manuel en nuestras conversaciones, “El material lo dice todo”, las obras, entonces, desean ámbitos silenciosos, donde la contemplación como un ejercicio religioso es acompañada por el rumor apenas perceptible del alma de la madera, propiciándonos cierta reconciliación. “No soy yo, es la madera, el oficio, es el drama de exponerse al momento de creación”. Así entiende Manuel su relación con la caoba; se trata de la condición de médium, en la que el artista se entrega de la manera más delicada a un juego, en el que el material lo seduce, lo conduce y lo enseña. También nos comenta el artista: “Soy el primer sorprendido de lo que acontece”, en ese sentido, imaginamos que la fuerza expresiva de un tronco de caoba, es una determinante natural; la madera es portadora de un cierto ritmo y movimientos que devienen de su vida, son de alguna manera el relato silencioso de su existencia. De allí la sorpresa del escultor que en este caso particular hace de su práctica, un oficio de creación – interpretación. Se trata, así lo percibimos, del intérprete de los deseos que desde su proceso entraña la madera. Este comportamiento trae consigo, el saber como cultura que se constituye desde el hacer y el respeto por el material; la talla en madera es de hecho un oficio preindustrial y más allá, prehistórico, lo que le otorga relevancia y la condición extraordinaria de lo originario, en un contexto cada vez más determinado por la alta tecnología y la producción artificial del arte y todas las cosas. El escultor, el tallador, se resiste y recupera como memoria integral su condición de homo faber, Homo sapiens, homo ludens y hace de su taller una dimensión, un mundo en el que conjuga desde el arte momentos de nuestro tránsito por el cosmos. Las tallas resultantes de ese proceso se afirman en su condición de obras de arte, de esculturas, muy diferentes como manifestación de la noción de prácticas que pudiera describir obras producto de mixturas o combinación de medios.

 

 


    Las esculturas de Manuel Papaterra no son abstractas, no son figurativas, categorías que determinaron el debate de las artes plásticas durante la primera mitad del siglo XX; se trata más bien de “Oír y obedecer a la madera dejando de ser árbol”; entonces, en esta circunstancia particular, nuestros intentos por categorizar para una mejor apreciación o comprensión de estas obras, cesan. Estamos en presencia de fragmentos del mundo natural que, en alianza sensible con el artista, buscan perpetuar sus relatos. Parecería que la posibilidad contraria a una inteligencia o a una estética artificial está determinada por la acción del cosmos en sus maneras originarias de hacerse presente. 

 

    Coincidencia extraordinaria, la necesidad interior de Manuel Pappaterra “La necesidad expresiva interior está por encima de todo“ y la necesidad vegetal de la caoba que demanda crecer, testimoniando el suceder de su existencia en rectitudes, curvaturas, encrespamiento de sus ramas. Orden y entropía que se ofrece al escultor como la más extraordinaria posibilidad de abrazarse a la naturaleza en actos de creación compartida, de interpretación de los deseos de la caoba. “Mundo interior en tribulación constante”, así se refiere Manuel a ese estado interior que de alguna manera refleja la entropía de la vegetación en su
crecimiento, sin la poda que pretende dotarla de orden y racionalidad.


    La imagen del mundo ante nosotros es, en principio, un hecho estético. En ese sentido, todos los actos humanos y lo que de alguna manera se va manifestando, es en términos aparenciales, estético. De ese modo las actividades humanas nos revelan en mayor o menor intensidad, ese más allá que nos cuenta de los sueños, los esfuerzos, las intenciones y la vida que viene con las obras. Es allí donde reconocemos esa poética de los oficios, que en el caso de las tallas de Manuel Pappaterra nos es revelado por la madera en su sensualidad y en el ritmo que deviene desde el proceso de crecimiento del árbol, hasta la interpretación sensible de esos movimientos tallando y acariciando el material. La exhibición de estas muy especiales esculturas en el Museo de Bellas Artes de Caracas, es un hecho que nos llena de satisfacción y estamos seguros de que será una oportunidad extraordinaria para que la ciudadanía que frecuenta este importante centro de difusión de la cultura en nuestro país, descubra e incorpore a su cultura visual y sensible, la talla en madera, en estas caobas del paraíso (las rolas de caoba proceden de la tala de árboles de caoba en la urbanización: El Paraíso). Celebramos con las magníficas esculturas de Manuel Pappaterra, la poética de los oficios, en el contexto del homenaje al maestro Francisco Narváez.


Zacarías García
Director General de IARTES



 

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