LO COMPUESTO EN TANTO COMUNIDAD Y CULTURA

 



A lo compuesto pertenece lo mezclado; pues éste está conformado por diversas realidades que se mezclan entre sí. Este compuesto es un viviente y como tal participa de la vida, de la cual hace una realidad compleja. La ontología de lo compuesto radica en lo mezclado, ya que en él nada es puro y simple; pues es variable, voluble, deviene, es sensible, cambiante, múltiple, poblado de sensaciones y pasiones, finito, mixto, perecedero. De este modo, modifica el espacio y su tiempo al ocupar un lugar determinado. Lo compuesto, por su diversidad, obra defectuosamente, ya que lo habitan imágenes y fantasías al ser complejo. En esta estructura, los contrarios están unidos entre sí y, a su vez, están condicionados por su oposición; si uno se pierde, se pierde el otro. La esencia del compuesta radica en la diferencia, en la posibilidad, de ser o no ser. En este sentido, es cuerpo. A esto llamamos comunidad.

Lo compuesto hace alusión a lo humano como realidad íntegra, que reúne en sí la totalidad de sus manifestaciones sin reducirse a una de ellas. Por una parte, este cuerpo se expresa a sí mismo, por otra, se manifiesta a sí mismo; lo primero indica al cuerpo social como entidad sensible y material; lo segundo, se refiere al ser en sí mismo, esto implica la valoración propia de la comunidad. Pues, ésta se contiene a sí misma, en tanto expresión total de sí misma; ella es la universalidad que se despliega como multiplicidad no fija, la cual afirma su independencia y la activa propia que la sostiene.

¿Qué cohesiona y vivifica a este compuesto no permitiendo que se desintegre? Lo compuesto designa, por una parte, una magnitud susceptible de ocupar un lugar; por otra, un algo que se encuentra en y con el principio que hace que éste tenga vida propia. Por tanto, el hacer, como actividad propia que por naturaleza le pertenece, es lo que hace  posible que él exista; a este hacer lo llamamos cultura, porque es la actividad propia de la comunidad. Y como actividad es lo que vivifica al compuesto y lo hace viviente.

 

 

El obrar pertenece al viviente, que es la comunidad que hace. Lo que vivifica a ésta es la cultura que se produce en sí misma. En este aspecto, la cultura es la entidad necesaria que conforma y vivifica al cuerpo orgánico que es la comunidad en tanto disposición viviente, es la cultura la que trasmite al cuerpo social el reflejo que él mismo posee. La cultura es la disposición y la actividad por la cual el cuerpo social obra en y por sí mismo; ella está en todo el cuerpo, es una y, a la vez, múltiple. Es la expresión del hacer. La mayor o menor relación con lo viviente afecta o no el desempeño del hacer de éste. Los dos juntos —cuerpo y hacer— comunidad y cultura son el compuesto viviente.

 

En el viviente se reconocen dos principios. Primero, el cuerpo, que muestra el carácter sensorial y orgánico; segundo, el hacer, que es la modalidad animante y animada del cuerpo. De este modo, la comunidad es un común constitutivo de dos principios cualitativos que lo hacen uno; ser ambos es su naturaleza. Cada entidad es la dualidad en tanto esencia de su propio ser; es dos y, a la vez, uno. Esta multiplicidad es la naturaleza de la unidad esencial del compuesto, la cual es posible sobre la base del principio determinable que es la comunidad y del principio determinante que es la cultura. No obstante, por la naturaleza de cada uno, ambos son realidades diferenciadas y, a la vez, comunes.

De los dos resulta una unidad múltiple. Ya que ambos están entrelazados en un todo. En el viviente ningún elemento precede al otro, ya que ambos tienen como propiedad esencial la relación con el otro, tal relación es la compenetración recíproca de ambos. La comunidad es donde la cultura reside en lo mundano, la cultura hace de la comunidad un viviente. La reciprocidad se entiende desde esta perspectiva. Ambos ni son abstractos ni genéricos, son una particularidad, una realidad, que existe por sí misma.


En esta disimilitud hay que distinguir lo que es común y lo que es propio del viviente. Lo común es lo que se da en la comunidad; lo propio es el hacer, que está más allá del lugar, por eso puede ser llevado. La distinción es, a la vez, diferenciada y unida por la cultura; que es forma radical fundamentada en sí misma. En este sentido, la diferencia entre el nosotros —la cultura— y lo que es nuestro —la comunidad— es fundamental; la primera, es lo propio; lo segundo, lo común. A la primera pertenece lo intangible, lo interior, lo que vivifica; al segundo, las expresiones y manifestaciones exteriores. En este sentido, nosotros somos el hacer de una comunidad, que es inclusivo y abarca a toda la comunidad.

¿Cómo estamos en relación con la cultura? Estamos en el nosotros, indivisible y divisible. La cultura, en cuanto hacer diario y cotidiano, es, porque es parte de la estructura de la realidad. La misma es la posibilidad de la conformación de un ethos, de un carácter individual y social. Donde la excelencia debe atravesar a todo el viviente a través de su mismo hacer.

Como hemos señalado, tres condiciones determinan al compuesto viviente —cultura y comunidad—. Primero, ser una mezcla y las consecuencias que esto contiene; segundo, la disposición de hacer lo que le corresponde; tercero, la cultura para conocer a la comunidad en sí misma. Esta arquitectónica se estructura por medio de haceres dinámicos y cambiantes. En este sentido, la comunidad construye la cultura y la cultura conforma a la comunidad.


 

Obed Delfín

 

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